viernes, 29 de junio de 2007

Ludwig y la hermosa Helga

Ludwig, sin saber qué hacer, miraba a la hermosa Helga que estaba apunto de subir al autobús rumbo al aeropuerto. Su corazón latía como loco y no dejaba de observar sus sensuales y delicados labios preguntándose: ¿debo besarla o no? Desesperado, comenzó a mirar hacia todas partes buscando una señal que lo ayudara a decidirse, hasta que alzó los ojos y descubrió un descomunal escrito que cubría todo el cielo: LUDWIG NO SEAS IMBÉCIL Y BESA A LA HERMOSA HELGA O LA PERDERÁS PARA SIEMPRE Y SERÁS UN MISERABLE EL RESTO DE TU VIDA.

Y claro, Ludwig no hizo nada porque no sabía leer en castellano.

Moraleja: a veces el castellano puede servir para algo.

jueves, 28 de junio de 2007

Lo de siempre

Alberto odiaba a Felipe. Felipe odiaba a Estela. Estela odiaba a Patricia y Patricia odiaba a Alberto. Los cuatro se encontraban cenando y odiándose en silencio en una cabaña a orillas de un oscuro y solitario lago. Alberto había envenenado la ensalada de Felipe. Felipe había envenenado el risotto de Estela. Estela había envenenado el bistec de Patricia y Patricia había envenenado el puré de verduras de Alberto. Estaban a mitad de la cena cuando de improviso se abre la puerta y entra Wilfred, el asqueroso monstruo del lago, que devora a Alberto, Felipe, Estela y Patricia como si fueran pan con mantequilla. Luego se come el pastel de chocolate, las fresas con crema, los melocotones en almíbar, la caja de galletas, la nutella, la cesta de frutas, la mermelada y los tres potes de helado de vainilla que estaban en el congelador. Ya con la panza llena Wilfred se dirige a la salida, pero siente un mareo y saca su teléfono para llamar a emergencias. Sólo alcanza a soltar un eructo y cae muerto.
Una hora más tarde las luces giratorias de una patrulla de policía iluminan el lago. Dentro de la cabaña el despeinado Inspector Stuart, arrodillado junto al cadáver de Wilfred, anota algo en una libreta y comenta al subteniente Joe:
- Lo de siempre. Otro pobre monstruo diabético...

lunes, 25 de junio de 2007

El Monte Itome

Bebí el último trago de agua que me quedaba en la cantimplora y continué tratando de convencerme de que faltaba poco para llegar. Hacía tres horas que había abandonado el pueblo de Mavrommati y había tomado la carretera hacia el Monte Itome. Estaba sudando como un salvaje, la mochila me torcía la espalda y no me había cruzado con nadie, excepto un par de cuervos y un burro. ¿Por qué nadie en Grecia quería ir al Monte Itome? La verdad es que no lo sé, aunque sí puedo explicar por qué yo estaba allí: porque soy un cursi y porque una vez había leído la historia de la ciudad de Itome. 

Ocurrió por allá en el siglo V a.C., cuando los espartanos tomaron la ciudad y esclavizaron a sus habitantes, los hilotas. A mí siempre los espartamos me han caído mal porque no eran más que unos militares que, como todos los militares, no saben hacer otra cosa sino esperar la muerte matando a los demás. Y a mí me encantó leer que los hilotas se sublevaron y les patearon el culo, y que los espartanos sitiaron la ciudad durante diez años y no lograron tomarla, y que los atenienses cagones apenas ayudaron a los hilotas y que dio igual, porque al final los hilotas lograron librarse del yugo espartano abandonando la ciudad y el Peloponeso. Lo que oyen: para ser libres tuvieron que irse.

Y sí, de la misma manera que algunos imbéciles van a visitar la tumba de Elvis, yo soy un imbécil que quería ir a Itome. Pero caminaba y caminaba y ya empezaba a atardecer. Dos horas más tarde, administrando las pilas de la linterna, sediento y después de atravesar un tétrico campo de olivos y de pasar junto al antiguo basurero municipal, llegué a un monasterio y con el puño golpeé la inmensa puerta de madera. Me abrió un hombre y le dije:

- Por favor señor, ¿podría darme un poco de agua?
- Claro... Pero, ¿de dónde viene usted?
- De Venezuela.

El hombre abrió los ojos como un búho y luego cerró la puerta. Al rato, volvió a salir acompañado por un pope griego, muy flaco y con una inmensa barba que le llegaba al ombligo. El pope me observó y dijo:

- ¿Vienes de Venezuela?
- Sí. 
- Venezuela, al parecer, no existe.
- Sí, eso todo el mundo lo sabe.
- Y además, tú no puedes ser venezolano. Supuestamente en Venezuela sólo hay petróleo, mujeres bonitas y Hugo Chávez.
- Coño, ¿está tratando de decirme lo que yo pienso que está tratando de decirme?
- Exacto.
- O sea que, ¿usted puede leerme la mente?
- Sí.
- Entonces, ¿ahora está leyendo que yo pienso que usted es un perfecto idiota que se cree todo lo que dicen los medios de comunicación?
- Sí.
- Y veamos, ¿qué opina de este nuevo pensamiento donde yo le pido un vaso de agua?
- Que serán 3 euros.
- No voy a pagarle 3 euros, y fíjese bien, ahora estoy pensando que quiero irme y que tal vez usted pueda decirme cómo llegar a Itome.
- Sí, el camino gratuito es aquel de allá. Tenga cuidado con los barrancos y llegará en 45 minutos. Pero antes de marcharse, piénselo bien, ¿no quiere probar el camino de 10 euros?
- Pues pienso que gracias y adiós.

Seguí por el tortuoso camino gratuito y llegué a Itome, que resultó ser un montón de piedras rotas que ni siquiera podrían definirse como una ruina. Qué mierda. Además estaba muy oscuro y me sentí perdido y quise llorar, pero me aguanté las lágrimas para no deshidratarme. A la medianoche, desesperado, volví a encontrar la carretera y caí de rodillas.

Entonces, como en una película donde al guionista se le acabaron las ideas, comenzó a llover. Y mientras yo miraba al cielo y abría la boca como un embudo para beber agua, recordé aquella famosa frase que es pasto de extraños foros literarios y que parece fue inventada por un español, pero que en la cima del Monte Itome resume la esencia de Venezuela, ese país con alma pero que no existe:

“Era de noche, aunque llovía”.




viernes, 22 de junio de 2007

El Jorobado de Plata


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Imagen:
Autoretrato del
Jorobado de Plata
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En las oficinas de la Asociación Trasatlántica de Dibujantes transcurría un día como cualquier otro: burocracia y una larga cola de dibujantes desempleados esperando un plato de sopa de remolacha.

Y de repente, el sonido de unas campanas empieza a escucharse en las oficinas, en los pasillos, en los ascensores, en la cocina donde preparan la sopa de remolacha y también en las calles adyacentes. El sonido de esas campanas hace temblar de miedo a todos los dibujantes...

- ¡Oh no! ¡Es el Capriccio de Wilhelm Fitzenhagen tocado en campanas!

Los dibujantes corren aterrados y algunos se esconden bajo los escritorios y se encierran en los baños, pero otros, sacan pistolas y ametralladoras y se preparan para lo peor. Porque escuchar el Capriccio de Fitzenhagen tocado en campanas sólo puede significar que...

- ¡Prepárense! ¡Allí viene por la calle!

¡El Jorobado de Plata ha vuelto! Los dibujantes comienzan a disparar desde las ventanas del edificio pero es muy difícil alcanzarlo. El Jorobado de Plata avanza a grandes saltos, se acerca rebotando sobre su increíble joroba como una pelota de goma gigante. Entra volando y destroza las ventanas del cuarto piso y comienza a lanzar escritorios e impresoras como si fueran tomates. Disparan contra él... pero, como siempre, las balas rebotan en su portentosa joroba y a continuación se dedica a morder las pantorrillas de cuanto dibujante se cruza en su camino.

Después bebe agua en el quinto piso y cuando llega al sexto lo reciben con tres granadas. Sobrevive, descubre que se le ha despegado la suela de una bota y ahora sí que está enfadado. En el séptimo piso, contando con el apoyo de cuatro bazucas y una mina anti-submarinos, el Presidente de la Asociación decide sacar una bandera blanca.

- Señor Jorobado de Plata, ya le hemos dicho muchas veces que nadie quiere dibujarlo.

- ¡Quiero un dibujante! – Gritó el Jorobado de Plata.

- ¡Usted es políticamente incorrecto y además, es de mal gusto! Siempre le digo lo mismo: cualquier dibujante que se atreva a dibujarlo habrá acabado con su carrera. Así que no vuelva a enviar sus historias porque nadie las lee. Y yo le pido que entienda, de una vez por todas, que esta destrucción es innecesaria. Se lo pido por favor... ¡váyase y déjenos en paz!

El Jorobado de Plata se dio la vuelta y caminó hacia la salida, pero se detuvo en el umbral de la puerta, saltó de espaldas, voló por los aires y con su extraordinaria joroba cayó sobre la mina anti-submarinos.

Por quinta vez, la sede de la Asociación Trasatlántica de Dibujantes quedó en ruinas. Y de sus escombros, ahora mismo, surge una figura de color plateado que se arregla el antifaz y se va rebotando por la calle rumbo a la catedral. 


El sonido del Capriccio de Fitzenhagen tocado en campanas se va alejando poco a poco, como letras que se van haciendo pequeñas hasta que ya no se pueden leer. Y entonces, sólo queda el ruido de la ciudad y una pregunta en el aire...  

¿Quién va a dibujar al Jorobado de Plata? 





P.D. A mi amigo Frank que está en Génova, porque algún día todos encontraremos trabajo.